“Cristianos, ¡levántense con alegría!”: Mensaje de Pascua del CMI insta a una esperanza que traspasa las grietas del mundo

En su mensaje de Pascua, el Consejo Mundial de Iglesias (CMI) insta a los cristianos a levantarse con alegría, haciendo hincapié en una esperanza que penetra en las grietas del mundo: “El Señor ha resucitado y toda la creación ha quedado libre para revitalizarse”.

¡Cristo ha resucitado y la vida ha sido liberada!
Mensaje de Pascua de 2025

“Creemos en un solo Señor, Jesucristo… que resucitó al tercer día, según las Escrituras”
(Credo Niceno)

Cristianos, ¡levántense con alegría! El Señor ha resucitado y toda la creación ha quedado libre para revitalizarse.

La gloria del Señor impulsa nuestras vidas y nuestro mundo hacia un alivio y una esperanza intensos. La resurrección de Jesucristo no solo reivindica la vida y el sufrimiento de Jesús. También confirma su Evangelio de justicia y paz, nos infunde ánimos y alumbra en nosotros la certera esperanza de que —a pesar de los gigantescos obstáculos e incertidumbres que afrontaremos- Dios está obrando para renovar el mundo y garantizar el triunfo de la vida sobre la muerte, del bien sobre el mal, de la luz sobre la oscuridad.

“¡Hemos visto al Señor!”. El testimonio de las mujeres y de los demás discípulos más cercanos sobre la presencia de Jesús, tras su ignominiosa muerte, fundamenta nuestra fe en su constante presencia redentora entre nosotros: sanando al mundo, levantando a los abatidos y abrazando a toda la creación con alegría.

Así que ya lo sabemos: para nosotros, Dios siempre está creando vida y sustentándola. Dios está con nosotros, siempre sanando y redimiéndonos a nosotros y a toda la creación. Y Dios está en nosotros, siempre presente, invitándonos a la transformación personal y social, y a la nueva creación de Dios.

Tal como destacó Atanasio, el defensor del Credo Niceno (cuyo 1700° aniversario celebramos este año), sobre la resurrección de Cristo: “Ha sucedido, pues, una cosa extraña y admirable: la muerte vergonzosa que ellos pensaban infligirle fue el trofeo de su victoria contra la propia muerte”. (La encarnación del verbo, 24,4).

En esa “cosa extraña y admirable” se encuentra el misterio fundacional de nuestra redención. El amor infinito de Cristo y su autoentrega redime nuestra condición humana y nos ofrece una nueva historia que vivir y contar: como seguidores de Cristo, hemos resucitado con Él a una nueva vida y a nuevas posibilidades a través del amor desinteresado. No hay nada más importante para nosotros y para el mundo.

Sabemos que este mundo no está en paz. Son cada vez más los conflictos y las guerras entre países, las tensiones entre pueblos, y la violencia contra quienes no tienen el poder. El mundo no se ha reconciliado, y cabe cuestionar si lo intenta siquiera. Sin embargo, al abrazar la fe en el Señor resucitado, percibimos que es precisamente en esos momentos en que pareciera perdida toda esperanza, victoriosa la desunión, reinante la injusticia, y rendida la vida ante la muerte, cuando sale a nuestro encuentro el misterio de Cristo. Esta cosa extraña y admirable nos hace ver por nosotros mismos y dar testimonio al mundo de una esperanza y un amor vivificantes, precisamente cuando parecen haberse perdido.

En este especial año ecuménico, celebramos aniversarios de gran importancia para la iglesia —como el del Concilio de Nicea (325) y el centenario de la Conferencia de Estocolmo (1925)- y, casualmente, todos los cristianos celebrarán la Pascua el mismo día. ¿No podría ser siempre así? ¿Una celebración común de la Pascua, la esencia de nuestra fe compartida? Sería una contundente señal de reconciliación y una expresión tangible de la unidad por la que Cristo oró. También estimularía un mayor testimonio común: decir la verdad a las instancias de poder y emprender acciones conjuntas en favor de la justicia, la paz y la reconciliación, animados por la promesa de que “así como hemos sido identificados con él en la semejanza de su muerte, también lo seremos en la semejanza de su resurrección”, (Romanos 6: 5).

En un mundo donde a menudo la desesperación se escucha más fuerte que la esperanza, donde la fragmentación es más visible que la comunidad, la iglesia no está llamada a retirarse, sino a dar un testimonio unánime con valentía y alegría. Anunciar la resurrección implica resistir ante las fuerzas de la muerte. Creer en el Cristo resucitado es ofrecer una esperanza viva, una esperanza que no se aplaza, sino que está presente, activa, obrando en nuestras vidas, en nuestras acciones y en nuestro mundo. Una esperanza que traspasa las grietas del mundo con manos dispuestas a sanar, y corazones dispuestos a perdonar.

Demos, pues, testimonio de la resurrección, no solo con la palabra, sino con nuestras vidas. Sembremos señales de la primavera incluso en invierno. Caminemos con el Cristo resucitado así como los unos con los otros, aceptando los tiempos que vivimos y trabajando para que llegue el día en que todos seamos verdaderamente uno en el Señor. ¡Porque Cristo ha resucitado! ¡Verdaderamente, ha resucitado!

Le saluda atentamente, en el Señor resucitado.

Rvdo. Prof. Dr. Jerry Pillay
Secretario General
Consejo Mundial de Iglesias

Obispo Dr. Heinrich Bedford-Strohm
Moderador, Comité Central
Consejo Mundial de Iglesias

Fuentes:
Texto: CMI/ Redacción
Foto: Albin Hillert/ CMI

 

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