El Evangelio de esta semana nos presenta dos escenas. En la primera, Jesús cuestiona la hipocresía de los líderes religiosos, y en la segunda, alaba a una viuda que en su pobreza ofrenda todo lo que tiene (Marcos 12: 38-44).
Ambas historias dibujan un contraste entre lo superficial y lo profundo, entre lo aparente y lo auténtico. Sobre los maestros señala que “despojan de sus bienes a las viudas, y para disimularlo hacen largas oraciones” (Marcos 12: 40), en cambio “les aseguro que esta viuda pobre ha dado más que todos los otros” (Marcos 12: 43).
Comúnmente hemos considerado como personas dignas de mucha honra, a aquellas que detentan alguna posición de autoridad, asumiendo en ocasiones que son moralmente intachables o superiores a los demás. Sin embargo, sabemos que pueden permanecer ocultas las malas intenciones, las injusticias y los aprovechamientos.
Por eso, desde la perspectiva del Reino de Dios, lo auténtico va unido a la justicia y actuar con solidaridad. Una entrega generosa y desinteresada a la obra que se nos ha encomendado, y al servicio de nuestro prójimo, es nuestra manera de ser y de reflejar todo lo que Dios en su gracia y amor nos ha dado.
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