El pasaje del Evangelio de esta semana nos presenta a un joven rico que se acerca a Jesús. Busca saber qué le falta hacer para alcanzar la vida eterna como retribución futura. La respuesta lo desafía a algo difícil: vender lo que tiene y dárselo a los pobres. El texto narra que el joven se llenó de pena y se marchó triste (Marcos 10: 17-31).
El apego a las riquezas le impide cambiar su enfoque centrado en la salvación individual. La propuesta que recibe es abrirse a una salvación compartida que nace de la gracia de Dios. Las palabras de Jesús lo invitan a unirse al camino, a comenzar a vivir la vida eterna en el presente junto a la comunidad.
Nosotros y nosotras hemos recibido la misma invitación. Esta enseñanza nos llama a despojarnos de aquello que nos impide amar a Dios por sobre todas las cosas y a nuestros prójimos como a nosotros mismos. En definitiva, a despojarnos de aquello que nos impide ser discípulos y discípulas de Jesús.
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