El Evangelio de esta semana es la confesión de Pedro. Este discípulo es el primero que reconoce a Jesús como mesías, pero se niega a aceptar la cruz porque quiere ‘salvar’ a su maestro de la derrota y la vergüenza. La respuesta que recibe desdibuja las ideas habituales de éxito o fracaso. Lo que está en juego con Cristo es la vida y su plenitud (Marcos 8: 27-38).
Cuando el miedo es lo que da forma a nuestras vidas, es la seguridad la que se convierte en Dios. Y cuando la seguridad se vuelve ídolo adoramos una vida libre de riesgos. Quienes se encierran en sus temores muchas veces no pueden amar porque el amor es un riesgo, tampoco se atreven a dar o a soñar porque la bondad no les garantiza nada a cambio.
Por el contrario, Jesús en su respuesta a Pedro destaca que la vida vale más que todas las promesas de éxito. Y tal como sabemos, esas expectativas equivocadas de los discípulos se derrumbaron ante la cruz para dar lugar a la fe. Una fe que es un camino basado ya no en el poder propio ni en los poderes de este mundo, sino en Cristo Jesús.
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