Durante el último mes el ciclo del Evangelio nos ha mostrado a Jesús alimentando a multitudes, haciendo nuevos seguidores, e identificando sus enseñanzas con su persona. Pero aún así, muchos discípulos murmuran y se van. Su discurso sobre la carne y la sangre anticipa la cruz e invita a los doce a un compromiso personal con Él (Juan 6: 56-69).
El texto de Juan hace un paralelo con el Éxodo y el paso del pueblo por el desierto. El alimento es un signo de compasión y de fidelidad divina, y en ambas historias son las personas las que se quejan ante los riesgos de emprender un camino nuevo. Tal vez sea más fácil imaginar que Dios ama al mundo, pero cuando ese amor se trata de uno mismo o de ti, hay quienes piensan que realmente no es para ellos.
En este pasaje Jesús nos invita a decidir si confiamos en Él, si aceptamos el escándalo de su cercanía y de su amor gratuito, o si también nos vamos porque no encaja con nuestras expectativas. La respuesta de Pedro es una confesión de fe: “Señor, ¿a quién podemos ir? Tus palabras son palabras de vida eterna. Nosotros ya hemos creído, y sabemos que tú eres el Santo de Dios” (Juan 6: 68-69).
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