El Evangelio de Juan continúa con la enseñanza sobre el “pan de vida”. Precisamente el Reino de Dios que predica Jesús se centra en la vida y no en la muerte, en la plenitud y no en la necesidad. “Los antepasados de ustedes comieron el maná en el desierto, y a pesar de ello murieron; pero yo hablo del pan que baja del cielo; quien come de él, no muere” (Juan 6: 35, 41-51).
Al igual que en otros pasajes del Evangelio, la presencia de Dios se revela en lo que es frágil y en lo pequeño. Jesús es ese pan que nos nutre para sacarnos de la opresión, para que podamos volver a caminar en los caminos de esperanza. A través de su identidad nos está diciendo que Él es tan necesario como el alimento que comemos, que quita el hambre y la sed pero lo hace de una manera diferente.
Alimentados con ese “pan de vida”, nuestra tarea como cristianos y cristianas es hacer lo que Él hizo, enseñar lo que Él enseñó, y sobre todo amar como Él nos amó. Así estaremos siendo imitadores de Cristo y presencia de Dios en el mundo.
“Sean buenos y compasivos unos con otros, y perdónense mutuamente, como Dios los perdonó a ustedes en Cristo. Ustedes, como hijos amados de Dios, procuren imitarlo. Traten a todos con amor, de la misma manera que Cristo nos amó y se entregó por nosotros, como ofrenda y sacrificio de olor agradable a Dios” (Efesios 4: 32; 5: 1-2).
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