El Evangelio de esta semana describe dos momentos. El retorno de los discípulos desde la misión con la invitación a descansar, y la multitud que reconoce a Jesús y que lo conmueve. En respuesta Él enseña, da de comer y sana (Marcos 6: 30-34, 53-56).
Jesús muestra su compasión y sensibilidad ante las necesidades de las personas. Se conmueve desde las entrañas pero no se queda en la emoción, sino que se hace solidario. En la buena nueva de Dios siempre debe haber coherencia entre lo que se enseña y lo que se hace.
Nosotros y nosotras somos la presencia de Cristo en este mundo de multitudes que están ‘como ovejas sin pastor’. Somos invitados a servir precisamente a aquellas personas con nuestros dones para mostrar el amor y la misericordia de Dios.
“Corrieron por toda aquella región, y comenzaron a llevar en camillas a los enfermos a donde oían decir que estaba Jesús. Y dondequiera que él entraba, ya fuera en las aldeas, en los pueblos o en los campos, ponían a los enfermos en las calles y le rogaban que los dejara tocar siquiera el borde de su capa; y todos los que la tocaban, quedaban sanos” (Marcos 6: 55-56).
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