En el domingo de la Santísima Trinidad, el Evangelio de Juan nos presenta el diálogo entre Jesús y Nicodemo. La conversación trata sobre la autoridad para enseñar. Cristo responde que es necesario “nacer de nuevo» para cambiar de perspectiva. El Reino consiste en el amor de Dios que envió a su Hijo para dar vida y para salvar por medio de su inconmensurable gracia (Juan 3: 1-17).
Este renacimiento es el bautismo que recibimos en el nombre del Padre, del Hijo, y del Espíritu Santo. Desde allí somos invitados a compartir y dar testimonio a otros y otras de que Dios también les ama. Todo lo que el Reino nos ofrece y que necesitamos, llega al mundo a través de nuestros dones y de nuestra presencia. En la lectura del Antiguo Testamento el profeta Isaías responde al Señor diciendo: “Aquí estoy yo, envíame a mí” (Isaías 6: 8).
“Pues ustedes no han recibido un espíritu de esclavitud que los lleve otra vez a tener miedo, sino el Espíritu que los hace hijos de Dios (…) Y este mismo Espíritu se une a nuestro espíritu para dar testimonio de que ya somos hijos de Dios” (Romanos 15a-16).
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