“En ese momento se les abrieron los ojos y reconocieron a Jesús; pero él desapareció. Y se dijeron el uno al otro: —¿No es verdad que el corazón nos ardía en el pecho cuando nos venía hablando por el camino y nos explicaba las Escrituras?” (Lucas 24: 31-32)
Queridos hermanos y hermanas en Cristo:
Que la gracia y paz de Dios sea con ustedes.
En medio de un contexto nacional y mundial complejo, marcado por la violencia, el odio, guerras, desastres naturales, y tantos dolores como consecuencia de la falta de justicia, amor y paz, conmemoramos Semana Santa y celebramos Pascua.
Muchos y muchas estamos finalizando este mes de marzo cansados. Nos sentimos sobrepasados por todo lo que debemos hacer en nuestro agitado mundo cotidiano. Después de todo lo vivido en Jerusalén, somos como aquel y aquella caminante que van con rumbo a Emaús sin esperanza y sin ánimo, angustiados y con corazones entristecidos por todo lo que nos toca ver, escuchar y vivir. ¿Cómo entonces podemos celebrar la Pascua y dejarnos contagiar con la buena noticia que nos trae el domingo de Resurrección: la buena nueva de vida y esperanza?
Pascua es esperanza y vida nueva. Es la afirmación de la vida que brota en medio de la violencia y de la muerte. El y la caminante de Emaús invitaron a Jesús a quedarse con ellos, pues se hacía de noche. Y es ahí, en su hogar, que ellos reconocen al Cristo Resucitado en el maravilloso gesto de la acción de gracias y de partir el pan.
En este tiempo de Pascua, invitemos a Jesús que camina día a día a nuestro lado, a entrar en el anochecer de nuestras vidas, y ciertamente seremos sorprendidos con su Espíritu y presencia viva en medio nuestro. “En ese momento se les abrieron los ojos y reconocieron a Jesús; pero él desapareció. Y se dijeron el uno al otro: —¿No es verdad que el corazón nos ardía en el pecho cuando nos venía hablando por el camino y nos explicaba las Escrituras?” (Lucas 24: 31-32).
Que en este tiempo de Pascua podamos reencontrarnos con la vida nueva anunciada por Jesús y abrirnos a la esperanza que él nos trae: porque ni la muerte, ni el odio ni la violencia tienen la última palabra sobre nuestras vidas.
Que nuestros ojos puedan ver señales y gestos de resurrección aconteciendo en nuestros territorios, en nuestros hogares, en nuestras comunidades, y que entonces puedan abrirse para reconocer la presencia del Resucitado, y así llenar nuestros corazones de alegría y nuevas esperanzas.
Queridos hermanos, queridas hermanas, que en medio de tantos dolores y complejidades nuestro corazón vuelva a arder con la buena nueva anunciada por las mujeres: Cristo ha resucitado, Él vive.
Que el partir del pan pueda renovar nuestra fe y compromiso para seguir anunciado que Cristo ha vencido la muerte. Que este domingo de Pascua de resurrección podamos en comunidad celebrar que nuestra fe, nuestra esperanza, nuestra fuerza y nuestra alegría, nacen de la locura de la cruz y del Cristo Resucitado.
Que este tiempo de Pascua sea un tiempo para que podamos renacer en esta esperanza, a fin de ser nosotros mismos esperanza y vida en medio de tantas evidencias de muerte.
Feliz Pascua, mis hermanos y hermanas en Cristo.
Pastora Izani Bruch
Obispa IELCH
31 de marzo de 2024
Lee el Mensaje de Pascua aquí:
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