Reflexión de Viernes Santo de la FLM: «Cuando Dios aparece ausente y en silencio»

En su Catecismo Mayor, Martín Lutero habla de un Dios que es como “un padre cariñoso” que cuida de nosotras y de nosotros para que ningún daño nos suceda. Creer que somos personas creadas y cuidadas por un Dios benevolente se condice con nuestra experiencia cuando las cosas van bien y, de hecho, nos sentimos personas amadas y cuidadas. Pero cuando deja de ser así, nuestra comprensión de quién es Dios se ve cuestionada. Cuando el sufrimiento y el mal se apoderan de nuestra vida, es probable que dudemos de nuestra imagen de Dios y que comencemos a hacernos preguntas tales como “¿Dónde está mi Dios?” y “¿Quién es mi Dios?”

Experiencias traumáticas, causadas por ejemplo por la violencia o enfermedades que ponen en peligro la vida, a menudo generan preguntas fundamentales sobre nuestra fe, incluidas aquellas relativas al amor de Dios por nosotras y nosotros. En el Antiguo Testamento, principalmente en el libro de los Salmos, son frecuentes las oraciones de lamento en que personas o comunidades expresan sus sentimientos de agonía, indignación y abandono. Las lamentaciones incluyen clamores de ayuda que, a la vez, son testimonios de fe. Las personas o los grupos dirigen su mirada a Dios, de donde creen que debe venir esa ayuda, al tiempo que se quejan de su ausencia y su silencio. Buscan ayuda mientras se sinceran sobre el sufrimiento que padecen.

El Salmo 22 es una de las oraciones de lamento más conocidas, entre otras cosas, porque es citada por Jesús cuando agoniza en la cruz, según los evangelios de Mateo y de Marcos. Al iniciar el salmo, la persona que habla acusa a Dios de estar lejos, de no prestar ayuda, ni de responder al grito desesperado que pide su intervención:

«Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?
¿Por qué estás tan lejos de mi salvación
y de las palabras de mi clamor?
¿Por qué no atiendes mi clamor?
Dios mío, clamo de día y no respondes;
te llamo de noche y no hallo reposo.»
(Salmo 22: 1-2)

Cuando se experimentan determinados tipos de aflicción y se hace frente al silencio y la ausencia de Dios en lugar de recibir su ayuda y su consuelo, es importante sentir la libertad de poder expresar el propio dolor y la propia desesperación. Por medio de las lamentaciones, el ser humano que sufre puede abrirse a la ayuda de Dios, al tiempo que admite la incapacidad de su autorredención.

Durante la Semana Santa se nos invita a contemplar la historia de la pasión y a descubrir qué mensaje nos reserva hoy en día. El hecho de que Jesús se sintiera abandonado por Dios en la cruz es testimonio de su experiencia verdaderamente humana de angustia y de miedo a la soledad en su momento más desesperado. De este testimonio podemos extraer la verdadera identificación de Jesús con nuestra humanidad en nuestros propios momentos de desesperación. Por eso, no debemos tener miedo de expresarnos y lamentarnos cuando sentimos que Dios nos ha abandonado. Al tiempo que admitimos nuestra impotencia y nuestra necesidad de que Dios nos rescate, afirmamos nuestra confianza en que Dios nos cuida, pase lo que pase.

Por la Rvda. Dra. Arnfríður Guðmundsdóttir

Vicepresidenta de la FLM para los Países Nórdicos. Ella es pastora ordenada de la Iglesia Evangélica Luterana de Islandia y Profesora de Teología de la Universidad de Islandia.

 

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