En el cuarto domingo de Cuaresma, unido al Día Internacional de la Mujer, escuchamos el pasaje en que una mujer derrama perfume sobre la cabeza de Jesús. La escena da paso a una discusión entre los discípulos donde se pone en duda el valor de su acción que es vista como algo inútil. Jesús responde: “en cualquier lugar del mundo donde se anuncie esta buena noticia, se hablará también de lo que hizo esta mujer, y así será recordada” (Mateo 26: 6-13).
Sin embargo, es un hecho que ni ella ni otras mujeres de la Biblia han sido debidamente destacadas y recordadas por las Iglesias. Eva, Agar, Dina, Tamar, Rut, Débora, María, Marta y Magdalena, son algunos de los nombres que se mencionan junto a otras mujeres anónimas que participan de las promesas y de la obra de Dios en ambos testamentos.
La cruz y la resurrección están presentes en este texto. El perfume derramado sobre Jesús, de acuerdo a sus propias palabras “es prepararme para mi entierro”. Como en otros pasajes, los discípulos parecen desconcertados cada vez que el maestro les habla de su muerte de camino a Jerusalén. La preservación del cuerpo con perfume insinúa cierta fe de la protagonista en algo que va a acontecer después de la muerte de Jesús.
Ella está expectante mirando más allá. Su horizonte está abierto a la buena noticia de vida, amor, justicia y dignidad que se abre para todos y todas sin acepción de personas. Pablo nos recuerda: “Ya no importa el ser judío o griego, esclavo o libre, hombre o mujer; porque unidos a Cristo Jesús, todos ustedes son uno solo” (Gálatas 3: 28).
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