El Evangelio del cuarto domingo después de Epifanía relata la prédica de Jesús en la sinagoga de Cafarnaúm y la expulsión del espíritu que atormenta a un hombre (Marcos 1: 21-28). El signo genera en quienes lo ven preguntas sobre el origen de este poder: “¿Qué es esto? ¡Enseña de una manera nueva, y con plena autoridad!” (Marcos 1: 27).
La escena ilustra cómo Jesús va marcando diferencias. No predica de tradiciones o costumbres, sino que habla directamente de las Escrituras. Con pocas palabras libera al hombre oprimido sin jactarse de ningún poder. Su gesto anuncia lo que dirá más adelante: “Pero entre ustedes no debe ser así. Al contrario, el que quiera ser grande entre ustedes, deberá servir a los demás” (Marcos 10: 43).
Muchas veces pensamos que Jesús usa su autoridad para dominarnos, o asumimos que su amor está condicionado por nuestro comportamiento. Su enseñanza nos recuerda que ni los ‘espíritus´, ni los miedos o dudas que tengamos tienen la última palabra. Lo que parece fuerte y temible muchas veces esconde debilidad. En Él encontramos la verdadera fortaleza y entendemos que el poder debe ser servicio. No tengamos miedo y llevemos nuestras necesidades a Jesús.
“Porque ni aun el Hijo del hombre vino para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por una multitud” (Marcos 10: 45).
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