El Evangelio de la primera semana de Navidad relata la presentación de Jesús en el templo de Jerusalén. El niño es reconocido como mesías por Simeón y Ana, dos ancianos que lo bendicen porque esperan el tiempo de salvación y liberación (Lucas 2: 22-40).
La presentación era un antiguo rito equivalente en parte al bautismo cristiano. El neófito era incorporado a la comunidad de fe y recibía un nombre. Desde un punto de vista existencial, la necesidad de ser parte de algo más grande, de experimentar pertenencia, sigue siendo de actualidad. Cuando no se resuelve bien, las experiencias de soledad, pérdida o rechazo, son causa de muchos conflictos internos y externos.
Los ancianos Simeón y Ana representan en esta historia tanto a la comunidad como a Dios. No son ministros formales pero tienen la autoridad que nace del testimonio. Son personas que han vivido y andado por el camino de la fe durante toda su vida.
Cuando por intermedio de alguien Dios nos toma en las manos, tal como Simeón y Ana, y nos dice: -tú eres mi hijo amado, tú eres mi hija amada-, en ese momento sentimos que esa separación comienza a transformarse. Que comienza una nueva vida diferente y fructífera, que no está enfocada en guerra, contradicciones o luchas, sino en misericordia, perdón, reconciliación y unidad.
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