En el penúltimo domingo del año litúrgico escuchamos la parábola de los talentos. Un hombre deja su dinero a cargo de tres siervos. Dos lo invierten y obtienen ganancias, pero el tercero lo guarda y lo esconde. El jefe rechaza al último siervo y dice “al que tiene, se le dará más (…) pero al que no tiene, hasta lo poco que tiene se le quitará” (Mateo 25: 14-30).
El texto parece aludir al rendimiento individual de los empleados, pero se refiere a la comunidad cristiana y a su actitud frente a los dones que ha recibido. El tercer siervo tuvo miedo y prefirió conservar lo que tenía en lugar de arriesgar. Su miedo se origina en una imagen distorsionada de Dios que lo paraliza: “Señor, yo sabía que usted es un hombre duro, que cosecha donde no sembró y recoge donde no esparció” (Mateo 25: 24).
La parábola nos invita a pensar en la imagen de Dios que nos propone Jesús. En ese Dios presente que no nos abandona, que desde la confianza nos compromete con su Reino. La doctrina luterana de la justificación por fe y por gracia ofrece una espiritualidad que nos libera del miedo y de la culpa, haciendo posible multiplicar los dones que Dios nos dio, y ponerlos al servicio de la comunidad.
Sobre esto Juan dice: “Donde hay amor no hay miedo. Al contrario, el amor perfecto echa fuera el miedo, pues el miedo supone el castigo (…) Nosotros amamos porque él nos amó primero” (1 Juan 4: 18a-19).
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