El Evangelio de esta semana es la parábola del banquete de bodas. Un rey preparó una celebración para su hijo pero los invitados no vinieron. Entonces, hizo entrar a cualquiera que iba pasando pero al final rechazó a uno que no venía vestido para la fiesta (Mateo 22: 1-14).
Al igual que en la parábola de los labradores malvados, en este texto el Reino de Dios y la autoridad de Jesús se enfrentan al rechazo. Los poderes políticos y religiosos se sienten incómodos y tratan de robar su reino para sus propios fines.
Esta historia no es una parábola positiva sobre lo que algún día será el Reino de Dios, sino una sobre lo que el reino de Dios no debe ser. El rey en este pasaje no representa a Dios como algunos suelen pensar. Porque el relato es sobre como el Reino de Dios sufre bajo su poder e inhumanidad.
La vida de Jesús cruza los limites inviolables entre ricos y pobres, gobernantes y esclavos, entre judíos y paganos. El personaje bueno es paradójicamente la persona expulsada a la oscuridad al final de la parábola. En ella Jesús representa el destino de su amor cuando se enfrenta a los opresores. El Evangelio no es un mensaje sobre cómo liberarnos de este mundo, sino sobre cómo este mundo puede cambiar y transformarse.
“La piedra que los constructores despreciaron se ha convertido en la piedra principal. Esto lo ha hecho el Señor, y estamos maravillados. Éste es el día en que el Señor ha actuado:
¡estemos hoy contentos y felices!” (Salmo 118: 22-24).
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