Culto correspondiente al 3° Domingo de Cuaresma, realizado este 12 de marzo en la Congregación San Pablo. El Evangelio de esta semana trae la historia de la mujer Samaritana que conoce a Jesús en el pozo de Jacob (Juan 4: 5-42).
El centro de esta historia es el encuentro con el -o con la- diferente. Los prejuicios sociales, religiosos y de género hacían improbable tanto que Jesús como la Samaritana pudieran siquiera hablarse.
Al principio hay desconfianza y Jesús va buscando la forma de llegar a lo profundo de su vida. El “dame de beber” abre paso a un diálogo existencial sobre la sed y la verdadera agua que la quita. Ella entonces lo reconoce como profeta y Él se muestra como mesías. Ambos se reconocen como adoradores verdaderos porque rinden culto a Dios en espíritu y en verdad.
Jesús toca así nuestros mundos cotidianos para transformar. Toca la vida de una mujer extranjera para incluirla en la buena nueva. Las mujeres de hoy, al igual que la Samaritana siguen caminando en busca de esa agua viva que no da más sed. Esa agua que ponga fin a la violencia, al mal trato, a las brechas salariales. Junto al pozo está Jesús que trae el agua viva de la dignidad plena e inclusiva del Reino de Dios.
“Pues por Cristo hemos podido acercarnos a Dios por medio de la fe, para gozar de su favor (…) Porque si Dios, cuando todavía éramos sus enemigos, nos reconcilió consigo mismo mediante la muerte de su Hijo, con mayor razón seremos salvados por su vida, ahora que ya estamos reconciliados con él” (Romanos 5: 2, 10).
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