«El cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz». Filipenses 2:6-8
En el texto bíblico es parte del llamado himno cristológico que nos narra la humillación Cristo. El Apóstol Pablo nos invita a tener entre nosotras actitudes propias de quienes están unidos a Cristo, que aunque existía con el mismo ser de Dios Padre, no se aferraba a su alta posición. Él era Dios, pero se despojó a sí mismo, o sea, se vació. ¿De qué? ¿Tal vez de su propia divinidad?, Haciéndose más humano, perdiendo los privilegios de ser servido, colocándose al servicio de la humanidad.
En Jesús Dios vino a redimir la humanidad, a revelar a su amor. En Jesús hemos aprendido mucho como deberíamos actuar como cristianos y cristianas: ser servidores y servidoras y hacernos obediente de la voluntad de Dios. El ser humano le cuesta mantener la humildad y servir. Cada cual quiere ser servido. En Jesús vemos una obediencia radical a la voluntad del Padre, obediencia hasta muerte de cruz. La muerte en la Cruz era una muerte vergonzosa en los tiempos de Cristo. Él vino de la Gloria más elevada a la humillación más baja por salvarnos.
«Finalmente, este acto de Dios hacia el hombre, fue emprendido por el amor de Jesús, nuestro Señor. Amor sin igual, que se humilló a sí mismo por salvar nuestra humanidad.
Que este amor de Jesús nos ayude a ser humildes servidores de nuestro Dios.
Juan Carlos Wilstermann, Congregación El Buen Samaritano