«No trabajen por la comida que se acaba, sino por la comida que permanece y que les da vida eterna». Juan 6:27
El trabajo propiamente tal, entendido como la actividad remunerada que realizamos, (podemos trabajar o no en aquello que elegimos), lo hacemos porque el «salario» va a cubrir nuestras principales necesidades, o aquello que el texto llama «la comida que se acaba». En paralelo está la dimensión de nuestro compromiso con la comunidad de fe, en la que el trabajo es asumido como un voluntariado, en el que lo que «doy es más que lo que recibo», (tiempo, tesoro y/o talento); afirmación de la que se desprende la desvalorización de la «comida que permanece», siendo ésta la que nos «da vida eterna».
Conocido es que en comunidades de fe la cantidad de miembros registrados en sus libros superan enormemente a la cantidad de aquellos que realmente participan, o se involucran en sus actividades y tareas. Pareciera ser que un número no menor se contacta en hitos muy importantes con sus congregaciones: bautismos, confirmaciones, matrimonios (si es que los hay), y defunciones. Y el resto del tiempo pasa su vida enfocado en la obtención de recursos por la comida que se acaba.
En general, parece que no dimensionamos el valor de la fe y la gracia de Dios para nuestras vidas; de la misma forma pasa con la esperanza, de la que también somos portadores y mensajeros, en tantos miembros de una comunidad de fe, de la vida prometida por Jesús para toda la humanidad.
Todo esto nos debe llevar a revisarnos, para caminar hacia una mirada de fe más profunda, sabiendo que la «vida nueva» viene por gracia de Dios. Tener una actitud abierta, y de comunión con Él, escuchar y estar disponibles. Sólo nos queda dejar actuar su gracia en nosotros, y responder con nuestras acciones, procurando ser seguidores consecuentes con el valor profundo que representa su mensaje de amor.
Nataly Arias, Congregación San Pablo
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