Texto de prédica: Juan 9: 1-41
Salud y dignidad: revelación de la gloria de Dios
Gracia y paz de Dios de la vida, sea con ustedes ahora y siempre.
Queridos hermanos, queridas hermanas, miembros de las comunidades y congregaciones de la IELCH, amigos y amigas.
En este cuarto domingo de cuaresma les saludo desde mi casa, mi rutina de cada domingo, hoy es diferente. Como la mayoría de ustedes me he quedado en casa, y desde aquí deseo compartir con ustedes nuestra reflexión. Hoy 22 de marzo, nuestros templos están cerrados y vacíos a causa de la pandemia del COVID-19. Pero este hecho, no significa que la iglesia esté cerrada, pues la iglesia está donde estamos nosotros y nosotras, está en sus casas, en los hospitales y otros espacios donde nos encontremos en este momento.
Ha sido una semana difícil, muchos/as nos encontramos angustiados/as y estresados/as con la situación que vivimos en nuestro país y a nivel mundial. Debo confesarles que día a día lucho junto a mi familia para no dejar la desesperanza, el miedo y la angustia apoderarnos de nuestros corazones y de nuestros pensamientos.
En el actual contexto de la pandemia mundial por el coronavirus somos acompañados/as en este cuarto domingo de cuaresma por el evangelio de Juan, capítulo 9: 1-41 que nos trae el relato de la sanación de un hombre ciego de nacimiento y la reacción y actitud de los fariseos con el ciego que fue sanado por Jesús.
Lo primero que nos narra Juan es que Jesús de paso a un lugar en camino a Jerusalén vio a un hombre ciego de nacimiento. Ciertamente estaba a la orilla, a un costado excluido por su condición de ciego, a final no era más que un pobre desagraciado que no era merecedor de la gracia de Dios. Un mendigo, que todos los días estaba allí clamando la caridad de quienes allí vivían y transitaban. Como tantos mendigos y mendigas de nuestras ciudades.
Jesús ve a este hombre. No es indiferente y no esquiva su mirada de esta situación de exclusión y sufrimiento como muchas veces hacemos nosotros/as frente a hombres, mujeres, niños/niñas que se encuentran en situación de calle o con algún tipo de discapacidad que viven de la caridad.
El relato empieza (versículos 9:1-2) “Vio, al pasar, un hombre ciego de nacimiento. Y le preguntaron sus discípulos: maestro (Rabbí), ¿Por qué nació ciego? ¿Por el pecado de sus padres, o por su propio pecado?»
Jesús ve el hombre ciego y sus discípulos hacen la pregunta. Pregunta que nos conecta con la comprensión de la época que tener una enfermedad o discapacidad era porque uno/una había pecado, o sea como castigo de Dios, el conocido refrán popular que una y otra vez repetimos, algo habrá hecho, Dios no mata, pero castiga. Los discípulos querían escuchar de Jesús la causa por la cual ese hombre era ciego desde nacimiento, si por su propio pecado o de sus padres.
Los discípulos hacen la pregunta desde la lógica de lo que aprendieron. Pero, Jesús contesta desde la lógica de Dios y de su voluntad. No está en esta situación de ciego a causa del pecado, sino para que en él se demuestre lo que Dios puede hacer. Y menciona que debe hacer el trabajo de Dios, pues él es luz de mundo.
¿Qué tiene en común este relato, la situación del ciego con nuestro actual contexto de pandemia del COVID-19? ¿Estamos nosotros y nosotras también preguntando sobre las causas de esta pandemia desde la lógica de los discípulos? ¿Estamos relacionando esta pandemia con algún pecado? ¿Pensamos que esta pandemia es castigo de Dios?
Quizás muchos y muchas hemos escuchado algunos comentarios de personas cristianas que señalan que lo que estamos viviendo como humanidad es castigo de Dios, es la respuesta de Dios por algo malo que hemos hecho en el plano moral, en especial en el plano de la moral sexual, por la aceptación de la homosexualidad, porque tenemos leyes de despenalización del aborto y por la promoción de ciertas leyes de no están de acuerdo con la voluntad de Dios.
Jesús enseña a sus discípulos en el camino a Jerusalén y a nosotros y a nosotras que acompañamos su caminar a la cruz que las enfermedades o discapacidades en nuestras vidas no son castigos de Dios. En el camino a la cruz, Jesús nos revela que la presencia de Dios es presencia liberadora y sanadora, es luz para nuestras vidas. Él nos muestra que es voluntad de Dios no es castigarnos con penas del infierno, enviándonos una pandemia que nos causa sufrimiento y muerte. Jesús no da espacio para la manipulación. Su Padre envío para humanizar nuestras vidas. Es la voluntad de Dios la buena salud y dignidad de este hombre ciego de nacimiento. En su sanación está la gloria de Dios, allí está la presencia misericordiosa de Dios.
Jesús se opone/rechaza la comprensión de que en el sufrimiento se ve el castigo de Dios. Desde la respuesta de Jesús a sus discípulos, hoy rechazamos a toda idea o comprensión que busca justificar esta pandemia como el castigo de Dios. Nuestro Dios es un Dios de vida, y no de muerte.
Jesús no se queda solo en la respuesta a sus discípulos. Después de dar la respuesta hace con saliva un poco de lodo y unge los ojos del hombre ciego: Toca sus ojos y los unge. Con este gesto da vista a este hombre ciego y le concede una nueva vida. Ahora, este hombre tiene vista, salud y su dignidad está restaurada. Vuelve a ser parte de la sociedad, ya no estará al costado o en la orilla, ya no es un excluido. A partir del gesto de Jesús el ciego de nacimiento deja de ser excluido y pasa a ser incluido, ya no es apartado de nada. Esta es la buena nueva que nos trae el Evangelio de hoy: Jesús es luz para el mundo, nos ve, nos toca para sanarnos, viene a nuestro encuentro para restaurar nuestra dignidad de hijos e hijas de Dios tan pisoteada por sistemas económicos y religiosos.
En este tiempo de pandemia tengamos presente este gesto sanador de Jesús, y recordamos que nada ni nadie puede separarnos del amor de Dios, que es Cristo Jesús (Romanos 8: 35-39). Es en la salud plena y dignidad del hombre ciego de nacimiento dónde acontece la gloria de Dios. Para algunos era y es muy difícil entender la lógica del reino de Dios y de su justicia que es revelada en Jesús.
El hombre ciego de nacimiento ve en el día sábado. Otra más de Jesús, da vista a este pobre desagraciado en el día sábado, desafía la ley que decían que esto no estaba permitido. Y los que supuestamente eran conocedores de la voluntad de Dios empiezan a criticar a Jesús, no logran ver la manifestación de la gracia y del amor de Dios en la vida de este hombre, están ciegos por el legalismo. No logran ver que la ley de Dios es el amor. Y que lo nuevo que nos trae Jesús es que el ser humano y su dignidad deben estar por encima de cualquier ley. La ley debe estar a servicio del ser humano, y no el ser humano a servicio de la ley.
En estos días de pandemia hemos visto autoridades “ciegas” frente al sufrimiento y angustia de nuestro pueblo. Tristemente, una vez más constatamos la falta de humanidad, de amor y cuidado con el bienestar de las personas. La economía del país tiene más valor que la salud y vida de nuestro pueblo. El evangelio de hoy no permite manipulación desde la ética cristina. La economía y las leyes de un país deben estar al servicio de sus ciudadanos/as, de su salud y su dignidad, y no al revés como estamos viendo y viviendo frente la pandemia del COVID-19.
Jesús nos propone un proyecto distinto: vida, salud y dignidad. Y nos invita a mirar las cosas de una forma diferente. Desde la lógica del Reino de Dios, desde la necesidad de rescatar nuestra humanidad y dignidad como hijos e hijas de Dios. Repito, nada ni nadie puede separarnos del amor de Dios.
Vivamos este tiempo de cuarentena desde la lógica de Jesús de Nazaret. Desde la compasión y cuidado, desde del amor de Dios que humaniza y da vida digna a todos nosotros y nosotras.
Que en este tiempo que no nos podemos encontrarnos y abrazarnos como comunidad, seamos tocados por el poder humanizador de Jesús. Y que este poder toque nuestros ojos y corazón para que en medio de toda esta crisis a causa de la pandemia, podamos ver la misericordia, el amor, el cuidado de Dios hacia cada uno/una de nosotros y nosotras.
Que la luz de Cristo nos ilumine. Y que desde nuestros hogares seamos signos de esperanza, de consuelo y sanación los unos/as para los otros/as.
Oremos: Amoroso Dios: Inclina tu oído a nuestras súplicas, tú que eres nuestro amparo y consolación en la tribulación. Revela tu presencia sanadora en medio de nosotros y nosotras en este tiempo de pandemia. Toque nuestros ojos y corazones para que podamos ver señales de esperanza y vida. Abre nuestros ojos a realidad sufriente de nuestro mundo, y ayúdanos a ser signos de tu presencia sanadora en el mundo. Tu que vives y reinas con el Padre y el Espíritu Santo, siempre un solo Dios, ahora y siempre. Amén.
Santiago, 22 de marzo de 2020
Pastora Izani Bruch
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